THOMAS
PAINE
“La
mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que abiertamente se
oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio junto a nosotros. “
Thomas Paine nació en
Inglaterra, en 1737. Su padre fue un artesano quákero y su madre la hija de un
abogado. A los trece años ingresó como aprendiz en el taller de su padre
–fabricante de corsés de hueso de ballena- donde aprendió el oficio. En 1757 se
mudó a Londres y dos años más tarde abrió su propio taller y contrajo
matrimonio, enviudando un año más tarde. En 1761 Paine abandonó su oficio de
artesano para convertirse en recolector de impuestos aduaneros internos.
En 1772 Paine escribió
su primer panfleto, que haría su fama, llamado “El Caso de los Empleados de
Aduana” en el cual clamaba por reformas sociales culpando al Rey y a su séquito
de dilapidar el erario, mientras mantenía a los empleados reales, y a la población,
en la más absoluta miseria. Como resultado perdió su trabajo. En 1774, en
bancarrota y desempleado, conoció a Benjamín Franklin. Las colonias americanas
de Inglaterra estaban en pleno proceso independentista, Franklin lo convenció
de emigrar al nuevo mundo y le brindó cartas de recomendación.
A poco de la llegada de
Paine comenzó la Guerra de Independencia norteamericana. Mientras esto ocurría,
durante todo 1775 Paine se dedicó a publicar numerosos artículos. En noviembre
de ese año comenzó a escribir su panfleto Sentido Común. Hasta ese momento las
diferencias entre la Corona y sus colonias hacían eje en la autonomía colonial,
o sea en cuestiones sobre impuestos y una posible representación en Parlamento.
Para la élite colonial estos puntos eran tema de negociación, por lo que se
buscaba una conciliación con la monarquía que mantuviera el statu quo. En
cambio, para muchos artesanos el conflicto era la existencia de la monarquía en
sí, pero aún no tenían una propuesta independentista. Sentido Común era un
llamado simple y dramático a la independencia. El impacto del panfleto fue
inmediato: en 1776 vendió más de cien mil ejemplares y fue traducido al
francés.
Sentido Común era un
ataque apasionado contra la monarquía británica y todo lo que ésta representaba.
Paine describía al Rey Jorge como “el real bruto de Inglaterra”, y planteaba
que Guillermo el Conquistador no había sido más que “un bastardo francés al
frente de bandidos armados que se había erigido en Rey”.
Explicaba que las
colonias no derivaban ningún beneficio de su vínculo con Inglaterra y convertía
la disputa en una cuestión de “libertad para la humanidad”.
Paine insistía que el
pueblo se podía gobernar a sí mismo sin nobleza o élites. Su propuesta era un
republicanismo simple basado en la democracia de las asambleas. Todo esto
estaba planteado sin eufemismos, en un estilo de escritura directo, claro y
popular que podía ser leído y comprendido por cualquiera. El resultado fue que
se convirtió en un instrumento de movilización popular independentista entre
amplísimos sectores de granjeros y de artesanos. El impacto de estos panfletos
no fue sólo entre la “multitud”, sino también entre amplios sectores de la
élite. John Adams, que compartía el ideario independentista, expresó su miedo
al efecto que “un panfleto tan popular puede tener sobre el pueblo” puesto que
un radicalismo “tan democrático sin controles ni equilibrios puede generar
muchos males y confusión”.
Como resultado de su
éxito Paine entró en conflicto con aquellos políticos que demandaban “una
comisión” por obtener apoyo financiero a las fuerzas independentistas. Paine
condenó lo que consideraba una utilización de la causa para lucro personal.
Este ataque sobre las prácticas de los financistas y grandes comerciantes se
combinó con la inquietud que había generado en estos sectores Sentido Común y
con la preocupación entre los esclavistas por la denuncia y condena a la
esclavitud que Paine realizaba desde 1775.(1) Para la élite independentista
Paine era un individuo demasiado radical y popular: un individuo sumamente
peligroso. Los radicales, que habían llegado al poder en Pennsylvania en el
verano de 1776, lo nombraron secretario de la asamblea del estado en 1780. En
ese cargo, Paine redactó, y logró la aprobación, de una ley que proveía la
emancipación de los esclavos en Pennsylvania; la primera en la historia de los
Estados Unidos. Hacia 1783 Paine se encontraba en la más absoluta pobreza
puesto que había resignado sus derechos de autor, y solicitó ayuda económica al
Congreso Continental, que le fue negada.
En 1787 Paine regresó a
Europa radicándose en Inglaterra. Allí encontró que tanto la Corona como el
gobierno habían desencadenado una oleada represiva sobre el movimiento de
artesanos radicales. Esto se agudizó aun más cuando en 1789 ocurrió la
Revolución Francesa. Considerado un peligroso revolucionario, Paine se refugió
en Francia donde escribió lo que sería su obra más duradera: Los derechos del
hombre. El mensaje de esta obra era poderosamente subversivo para la época:
planteaba que las tradiciones del pasado no son guía para el presente: cada
generación en cada época actúa por sí misma, y establece un orden político y
social que responde a sus necesidades. Así, la soberanía del gobierno
republicano reside exclusivamente en el pueblo y debe servir a sus intereses.
El simple concepto que el ser humano tiene derechos por encima de los que
pueden otorgar el privilegio, la riqueza o el poder tenía, a fines del siglo
XVIII, una poderosísima fuerza subversiva.
La obra de Paine fue
exitosa vendiéndose cientos de miles de ejemplares, y fue nombrado como
redactor de la nueva Constitución revolucionaria francesa. En 1802 regresó a
Estados Unidos para encontrar que el fermento social y de ideas se había
aquietado y los poderosos se dedicaron a hostigarlo duramente. Los últimos años
de su vida los pasó en la oscuridad y la pobreza.
Desde 1775 hasta el
final de sus días, el pensamiento de Paine se mantuvo relativamente constante
en sus principios. Estos eran el igualitarismo social, una hostilidad a la
monarquía y al privilegio hereditario, el nacionalismo americano junto con una
visión internacionalista de la libertad, y la confianza en las virtudes del
comercio y del desarrollo económico. Para Paine, lo que distinguía su
republicanismo no era una forma particular de gobierno sino su objetivo: “el
bien común”. Tanto el conflicto partidario como el de clase eran incompatibles
con la esencia de su republicanismo puesto que “éste no admite un interés
distinto al de la nación”. Las leyes deberían reflejar los intereses del
pueblo, y no las necesidades privadas o sectoriales. Para las élites,
encabezadas por Washington, un gobierno representativo era una forma
organizativa de preservar los derechos individuales; particularmente sus
intereses frente a la amenaza implícita en el bienestar de la ‘chusma’ o de la
‘multitud’. Esta amenaza se evidenciaba en la obra de Paine cuando éste, en sus
primeros ensayos antiesclavistas, planteaba que los dueños de esclavos eran
ladrones e insistía que “el esclavo, que es el verdadero dueño de su libertad,
tiene el derecho de vindicarla”. En Sentido Común Paine señalaba que “la
opresión es la consecuencia [...] de las riquezas”. Más tarde, en 1796, en su
panfleto Justicia Agraria explícitamente culpaba a los ricos de la opresión de
los pobres. Su crítica, no era a la riqueza en sí sino más bien a las élites
cuyo poder era hereditario. De ahí que su sociedad ideal se basaba en pequeños
productores –artesanos y granjeros- en contraposición a otros sectores sociales
que “no producen nada por sí mismos”. Paine planteaba una sociedad igualitaria
y armónica puesto que se eliminarían las fuentes de la aristocracia –el
privilegio hereditario, los favores gubernamentales y las prebendas de todo
tipo- permitiendo el reino de las leyes naturales de la sociedad civil,
garantizando que todas las clases se beneficiaran de la abundancia económica, y
cuyas desigualdades en riqueza reflejaran las diferencias en habilidad y
esfuerzo. Si los pobres eran corruptos e ignorantes, la causa era el gobierno y
sería eliminada con medidas de bienestar social, impuestos a los más ricos,
ayuda a los desempleados y una educación pública y gratuita. La clave del
problema, señaló Paine, residía en el principio de la propiedad privada; si el
derecho a la propiedad es sagrado e individual –como insistía Locke- o si
estaba limitado por las necesidades sociales.
La forma de garantizar
todo esto era, para Paine, un gobierno del pueblo. Tras el poder de los
‘zánganos’ [sic] se encuentra el engaño que el gobierno y la sociedad son
reinos misteriosos y arcanos donde sus secretos son sólo poseídos por aquellos
pocos que gobiernan, lideran u oprimen. “No hay lugar para el misterio, no hay
lugar para que comience, cuando el pueblo se gobierna a si mismo”. Este tipo
de gobierno debería ser simple y sin complicaciones, a diferencia de las
propuestas que, en defensa de la separación de poderes, “glorificaban la
complejidad” y pretendían retornar a la ficción y al misterio de una era
predemocrática. Así un gobierno del pueblo y benéfico no necesita de ejércitos
ni marina o de una policía inquisidora [sic]. Es la injusticia del gobierno la
que crea ejércitos para defender la riqueza derivada de la injusticia. Y el
estado es un “monstruo creado por una minoría para servir a los fines de una
tiranía”.
Paine tenía una visión
optimista de la naturaleza humana, o por lo menos de la posibilidad en su
perfectibilidad. Como otros en la época –el más notable fue Jean Jacques
Rousseau- Paine tenía fe en la habilidad de los hombres para actuar según los
dictados de la razón y podía rechazar la idea de controles y equilibrios en las
formas de gobierno, reivindicando la democracia pura. Su idea del progreso
humano no se basaba en un objetivo ni era estática, sino que era un proceso de
mejoras permanentes con final abierto, generado por las acciones deliberadas de
los seres humanos.
El legado de Thomas
Paine ha sido mucho más profundo de lo que podríamos deducir: propuso la
abolición de la esclavitud casi cien años antes que Lincoln; fue uno de los
primeros ingleses en propiciar la independencia de la India; proyectó un plan
de jubilaciones; y reivindicó los derechos de la mujer.
El día de hoy Thomas
Paine tiene una relevancia no sólo por su internacionalismo revolucionario y
desafío a las instituciones existentes, sino por la modernidad de su
pensamiento, su racionalismo y su fe en la naturaleza humana. Quizá por esto
fue condenado a la oscuridad y al ostracismo. Como todos los idealistas cometió
el error de subestimar el poder de la clase dominante. Sin embargo, su figura y
su pensamiento han sido atesorados durante décadas por los trabajadores en
ambas orillas del Atlántico para emerger, en los últimos tiempos, como poderosa
antítesis a aquellos que se oponen a la razón y al humanismo.
FUENTE
1. Diario izquierda
España.
2. Thomas Paine. Letter
Addressed to the Addressers on the Late Proclamation 1792.
3. Thomas Paine. The
Rights of Man 1791-92, parte II, 407, 408. New York: s/p, 1894-99
4. Wikipedia
Omar colmenares Trujillo
Analista
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