lunes, 8 de abril de 2019

MICHEL FOUCAULT



MICHEL FOUCAULT Y SU APORTE A LAS CIENCIAS POLÍTICAS






El pensamiento de Michel Foucault ha ejercido una marcada influencia en diversas disciplinas de las ciencias sociales y humanísticas. El presente trabajo realiza una interiorización a los principales lineamientos teóricos que definen el enfoque político foucaultiano. En particular, se desarrolla un análisis de sus principales contribuciones teóricas y prácticas al pensamiento filosófico y sociopolítico actual. Para ello, en una primera etapa se puntualizan sus diferencias epistemológicas con el enfoque marxista más ortodoxo. A continuación se desarrollan sus contribuciones teóricas y metodológicas más relevantes al análisis de la realidad sociopolítica. En la última parte se incorporan algunos de sus principales lineamientos teóricos para dar cuenta de su aplicación en la praxis social contemporánea.



CRÍTICAS DE FOUCAULT AL MARXISMO





Como hemos señalado, el pensamiento del teórico francés Michel Foucault ha ejercido una gran influencia en variadas disciplinas de las ciencias sociales y humanísticas. No pretende analizar en detalle cada una de esas influencias, que sin dudas han tenido un gran impacto y abierto nuevas discusiones y reinterpretaciones en teóricos de la talla de Jacques Ranciere, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Jean Françoise Lyotard y Giorgio Agamben, entre muchos otros, sino centrarse en un análisis que contemple sus principales contribuciones teóricas y políticas al pensar y a la práctica política contemporánea. En relación con este primer punto, cabe destacar que Foucault se inserta en un marco más amplio de crítica a la teoría marxista tal como era entendida por la doctrina inaugurada por Marx y Engels en textos como el Manifiesto del partido comunista, entre otros. Como aclaración, debemos señalar, por un lado, que el pensamiento marxista ha sido una de las fuentes teóricas del pensamiento de Foucault (Bidet, 2006). Sin embargo, como luego veremos, existieron también algunas críticas dirigidas hacia varios de sus principales lineamientos. En segundo lugar, debemos destacar que cuando nos referimos a la teoría marxista no pretendemos dar cuenta de la verdad de ella, sino de cierta interpretación que ha sido fuente de críticas por parte de teóricos estructuralistas, postestructuralistas y posmodernos, entre los que debemos situar, por supuesto, al propio Foucault.1 Aunque las críticas han sido ampliadas y sistematizadas a partir de trabajos ya clásicos como los de Claude Lefort (1990), Jacques Derrida (1989, 1995) y, sobre todo, el inicio del pensamiento posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1987); en este texto nos situaremos en las diferencias entre el enfoque de Foucault y el marxismo. A grandes rasgos, podemos hallar tres tesis críticas a la teoría marxista: que el poder no se centra en el Estado, sino que circula por toda la sociedad; que la lucha política no consiste en la revolución social, sino que se realiza en las microprácticas institucionales, y que el poder es inextinguible.


El poder no se centra en el Estado y la clase capitalista, sino que circula por toda la sociedad.



A grandes rasgos, para la teoría inaugurada por Marx y Engels a mediados del siglo XIX la sociedad se encuentra dividida en dos clases antagónicas: la clase capitalista y la clase obrera. Según Marx, el Estado es entendido como el órgano de dominación que permite a la clase capitalista explotar a la clase obrera. Ello se debe a que representa el garante de la permanencia de la propiedad privada, que mediante la absorción de la plusvalía permite a la clase capitalista la explotación lisa y llana del proletariado (Marx y Engels, 2001).



Ahora bien, si para Marx el poder está concentrado en el Estado, que garantiza la dominación del capital sobre el trabajo a través de la existencia de la propiedad privada de los medios de producción, para Foucault el poder no está concentrado en el Estado, sino que lo excede por mucho (Sauquillo, 1987: 196). Según el teórico francés, el poder no se halla concentrado en el Estado y su aparato represor representado por la policía, sino que circula por toda la sociedad (Foucault, 1996a, 2003). Es decir, que la dominación y explotación capitalista no se encuentra sólo o de forma predominante en el poder policial que reprime las protestas sociales contra el orden dominante y garantiza la dominación coercitiva del capital, sino que, como ya lo habían observado teóricos del marxismo no ortodoxo como Antonio Gramsci (1977) y Louis Althusser (1988), excede el poder puramente represivo para inmiscuirse en todos los intersticios de la sociedad capitalista. En otras palabras, lo que quiere decir Foucault es que en toda relación social existen relaciones de poder, ya sea presentes u ocultas, conscientes o inconscientes, lo que le permite afirmar que toda relación, incluso las relaciones descritas como privadas, son políticas, ya que todas poseen relaciones inherentes de poder y dominación de unos agentes sobre otros.



Foucault afirma que el poder, lejos de concentrarse en el poder del Estado, circula como micropoderes o microfísicas (Foucault, 1992b, 2003). En otras palabras, el poder no se encuentra en manos de una persona o grupo particular -por ejemplo, la clase capitalista-, sino que se ejerce de manera relacional y transversal a todo el cuerpo social. De ahí que analice las diversas formas de ejercicio del poder y las posibilidades de oponerse a él, en tanto, como indica, donde existe el ejercicio de poder, existe, a su vez, oposición y antagonismo a ese poder (Foucault, 1996a: 64; Sauquillo, 1987: 196-198).

En resumen, existe una diferencia en la definición del poder entre el enfoque marxista (en particular, el más ortodoxo) y el enfoque foucaultiano. Mientras que en la teoría de Marx y Engels el poder se concentra en el Estado, en tanto "máquina para la opresión de una clase por otra",2 en la teoría de Foucault el poder no es ejercido de manera macro por el Estado capitalista sobre el obrero, sino que se trata de un poder micro (por lo general no observable), que circula a través de las instituciones y las prácticas. De ahí que Foucault no se centre en el examen de la violencia de la clase capitalista que mediante la propiedad privada esclaviza a la clase obrera, sino que analiza la circulación del poder en instituciones como los hospitales, los manicomios, las escuelas y las cárceles. Como dijimos, ello se debe a que en toda relación social hay siempre relaciones de poder, es decir, que toda relación entre los hombres es política.




La lucha política no consiste en la revolución social, sino que se realiza en las microprácticas institucionales



Desde el enfoque de Marx, el objetivo de la lucha proletaria es la lucha revolucionaria contra la supremacía del capital. En ese contexto, la meta principal consiste en tomar el poder mediante la destrucción violenta del Estado, en tanto éste garantiza la dominación de clase y, por tanto, la explotación salvaje del capital sobre el trabajo (Marx y Engels, 2001). Para Foucault, en cambio, la lucha violenta contra el sistema capitalista se transforma en una lucha contra las diversas formas de dominación en las relaciones sociales, los diversos micropoderes que se hallan en las instituciones (hospitales, escuelas, manicomios, cárceles) y que permiten la perpetuación de los mecanismos de dominación gubernamental (Bidet, 2006: 15 y ss.). En efecto, si toda relación social tiene relaciones de poder inherentes, para Foucault no alcanza con la lucha revolucionaria contra el aparato del Estado, por lo que hay que situar la lucha en las microprácticas de poder (Foucault, 1992b). En sus palabras: "Es sin duda prudente no tratar acerca de la racionalización de la sociedad o de la cultura como un todo, sino analizar ese proceso en varios dominios, que se arraigan cada uno de ellos en una experiencia fundamental: locura, enfermedad, muerte, crimen, sexualidad, etc." (Foucault, 1996a: 19).



Se trata, entonces, de una lucha en y por el discurso y una lucha en y por las prácticas microscópicas de dominación del sistema. En ambos campos, que en Foucault se encuentran separados,3 existen diversos mecanismos de disciplinamiento de la sociedad, variados discursos y prácticas que imponen a los individuos cómo pensar, qué decir, cómo actuar y cuándo hablar. Estas microprácticas y discursos son los que representan, precisamente, el principal objeto de la lucha política4 (Foucault, 1973, 1992b, 1996b, 2003).



Desde el enfoque foucaultiano, se puede apreciar que el objeto de la lucha no es la revolución social por la vía violenta, ni siquiera la oposición posmoderna a todos y cada uno de los principios de la Modernidad, al estilo Nietzsche o Lyotard, sino más bien -en continuación y profundización del trabajo inicial de Kant en la Crítica de la razón pura—, en la realización de una ontología del presente, esto es, "un pensamiento crítico que tomará la forma de una ontología de nosotros mismos" (Foucault, 1996b: 82 y ss.). De lo que se trata, en ese sentido, no es guiarse por la razón kantiana para salir de la minoridad, ni mucho menos de "sacralizar el momento que pasa para intentar mantenerlo o perpetuarlo", sino más bien de efectuar una "reactivación permanente de una actitud", un "ethos filosófico que se podría caracterizar como crítica permanente de nuestro ser histórico" (Foucault, 1996b: 87-103). En este contexto, Foucault recomienda dejar de lado la alternativa entre estar por o contra los principios de la Ilustración, para situarse en los márgenes de la Modernidad y así criticar e intentar traspasar sus límites impuestos. En lugar de defender lo que se presenta como universal, necesario y obligatorio, ahora el fin del intelectual reside en señalar su singularidad, contingencia y arbitrariedad. En sus palabras:


Se debe evitar la alternativa del afuera y del adentro; hay que estar en las fronteras. La crítica es en verdad el análisis de los límites y la reflexión sobre ellos. Pero si la cuestión kantiana era saber qué límites debe renunciar a franquear el conocimiento, me parece que la cuestión crítica hoy debe ser invertida como cuestión positiva: en lo que nos es dado como universal, necesario, obligatorio, cuál es la parte de lo que es singular, contingente y debido a coacciones arbitrarias. Se trata, en suma, de transformar la crítica ejercida en la forma de la limitación necesaria en una crítica práctica en la forma del franqueamiento posible (Foucault, 1996b: 104).


Foucault concluye que la crítica ya no buscará más "estructuras formales que tengan un valor universal", así como tampoco "la pretensión de escapar del sistema". Se debe incentivar, más bien, una "investigación histórica" que permita dar cuenta de los "acontecimientos que nos condujeron a constituirnos, a reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos, decimos". Al igual que Kant, pero en un sentido radical, se trata de un análisis que permita "extraer de la contingencia que nos hizo pensar ser lo que somos, la posibilidad de ya no ser, hacer o pensar lo que somos, hacemos o pensamos" (Foucault, 1996b: 104-105 y ss.).



EL PODER ES INEXTINGUIBLE


Según el enfoque de Marx, la sociedad está dividida en dos clases antagónicas: el proletariado y la burguesía. Desde esta teoría, una vez que se lleva a cabo la lucha revolucionaria y se destruye el Estado, las clases sociales desaparecen para siempre, y con ello la propia política. En otras palabras, aunque en la teoría de Marx existe una fuerte reivindicación de la política en tanto presencia de antagonismos constitutivos y lucha de poder, en su parte final, como lo han señalado algunos enfoques críticos de su obra (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1996), se encuentra una eliminación lisa y llana del mismo en pos del libre desenvolvimiento espontáneo de los hombres.



Si bien no podemos extendernos al respecto, cabe señalar que diferentes teóricos situados en el campo del estructuralismo (Lefort, 1990) y el postestructuralismo (Derrida, 1989, 1995) han insistido en la falacia de creer que las clases sociales se pueden extinguir en la sociedad comunista.5 Uno de estos pensadores que no creían que se pudiera alcanzar una sociedad sin clases y, por tanto, sin relaciones de poder y dominación entre los hombres, era precisamente Foucault (Bidet, 2006). En efecto, vimos con anterioridad que en toda relación social existen relaciones de poder que resultan inherentes. Para Foucault no puede existir una sociedad en la que desaparezcan o se extingan para siempre las clases, en tanto que la política desaparecería en su especificidad. Como hemos señalado, la política, como poder circulante que atraviesa todos los discursos y prácticas, se encuentra en todas partes y nunca puede desaparecer por completo. En pocas palabras, todo es político.6 En ese sentido, siempre habrá resistencia y, por tanto, lucha y confrontación (Sauquillo, 1987: 198).



Lineamientos teóricos y aplicaciones prácticas del enfoque foucaultiano



La teoría de Foucault analiza, como dijimos, los micropoderes que circulan en el orden social. Por ello, el pensador francés afirma que todo saber implica poder y todo poder, un saber específico. En otras palabras, todo discurso está atravesado por relaciones inherentes de poder. Sin embargo, para ejercer ese poder se requiere un saber específico que le otorgue una autoridad fundada y legitimada. Así, saber y poder son dos caras de una misma moneda. En palabras de Foucault:



Hay que admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de "poder-saber" no se pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sería libre o no en relación con el sistema del poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que conoce y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones fundamentales del poder-saber y de sus trasformaciones históricas (Foucault, 2003: 19).



Tenemos, entonces, por un lado, que en toda relación social existe una relación de asimetría de poder y, por el otro, que ese poder se halla intrincado con un campo de saber. Ahora bien, lo que agrega Foucault es que ese saber se encuentra legitimado por diversas disciplinas particulares y sus respectivas instituciones. Así, por ejemplo, la disciplina científica de la economía tiene una fuente de legitimidad que proviene básicamente de un tipo de conocimiento que apela a la superioridad de las matemáticas; de manera más específica, apela a la presunta superioridad que le confieren las ecuaciones y herramientas como la econometría y las estadísticas. Estas técnicas le otorgan, en este caso a la economía como disciplina, un principio fuerte de legitimidad, en tanto no permiten la discusión racional frente a lo que se entiende contiene una descripción objetiva y neutral que muestra de manera no ideológica la realidad. Este fenómeno es lo que se conoce en las ciencias sociales y humanas como objetividad. Esta presunta objetividad garantiza, desde este enfoque, lo que conocemos como la verdad. Decimos, entonces, que es una verdad probada que uno es igual a uno mismo, del mismo modo que decimos que la ley de gravedad lleva de manera inevitable los objetos al suelo, o que existen leyes objetivas que determinan la oferta y la demanda en un punto de equilibrio, tal como señala el paradigma neoclásico de teóricos como Vilfredo Pareto y Leon Walras y sus continuadores neoliberales Friedrich Hayek y Milton Friedman (Gómez, 2003).



Se puede apreciar, entonces, de qué modo la ciencia otorga un principio de legitimidad racional y no discutida al discurso y a las prácticas consideradas científicas. Ahora bien, lo que señala Foucault -en este punto tendrá seguidores como el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1984), y sobre todo el análisis inicial de Jean Francoise Lyotard sobre las condiciones del saber (Lyotard, 1992)-, es que la disciplina científica posee siempre, además de un discurso, una institución que le garantiza y da apoyo a esa legitimidad. En este caso, es la universidad, y, específicamente, los títulos académicos los que garantizan ese saber objetivo.



Así, si volvemos a nuestro ejemplo, los economistas, en tanto técnicos portadores del saber, pueden señalar que lo que dicen refleja la verdad objetiva de las cosas, ya que poseen un título de economistas que los avala, y éste está respaldado, a su vez, en un conocimiento y una institución legitimante.



¿Qué es lo que señala Foucault acerca de estas disciplinas e instituciones? Afirma -como dijimos-, que en cada una de ellas existen relaciones de poder y asimetrías que resultan inherentes y, por lo tanto, constitutivas. Es decir, que donde parece haber sólo ejercicio del saber, existe además un necesario ejercicio del poder. A su vez, ese poder se encuentra legitimado en aquel saber, supuestamente superior: el saber científico y objetivo de las ciencias físico-matemáticas -que ya había criticado Lacan (2005, 2008)- y que le otorga un principio de legitimidad y justificación política para ejercerlo.


Para Foucault -en este punto encuentra de nuevo a Lacan como antecedente inmediato-,8 estas coacciones son puramente arbitrarias y contingentes. En efecto, aunque se presentan como libres del poder, dependen sólo de una voluntad de poder que se trasmuta en un saber verdadero (Foucault, 1973). En este contexto, en el que señalara mucho antes Nietzsche, la objetividad y neutralidad valorativa que durante siglos ha perseguido el pensamiento occidental racionalista no es más que un mito, Foucault afirma que "en lo que concierne al saber, que se renuncie a la oposición de lo que es 'interesado' y de lo que es 'desinteresado', al modelo del conocimiento y a la primacía del sujeto" (Foucault, 2003: 19).



Ante la ausencia de un sujeto trascendental como el que pretendía fundar el Iluminismo desde el siglo xvi, la propuesta metodológica de Foucault, que desarrolló en particular en trabajos como El orden del discurso, consiste en analizar las "condiciones de las que dependen" esos discursos míticos, esto es, desde dónde dicen los saberes aquello que dicen, qué coacciones ejercen; o bien, cómo se han formado y desarrollado históricamente. Mientras que en el primer caso se trata de un análisis crítico, en el segundo se trata más bien de un trabajo de genealogía (Foucault, 1973).




Ejemplos de análisis crítico



Así pues, existen dos grandes modalidades de análisis desde el enfoque teórico de Foucault:9 se analizan de manera crítica las "condiciones sociales de producción" y legitimación del poder, postura que es asumida por pensadores como Pierre Bourdieu (1984) y Eliseo Verón10 (1987), entre otros, o se examina la genealogía histórica de las formas que adquiere esa aplicación del poder. Comencemos por el primero de esos métodos. Para ello, quizás resulte pertinente retomar el análisis del discurso del saber. Vimos ya que desde el enfoque foucaultiano, el discurso de la ciencia debe ser entendido como un discurso que se encuentra impregnado de relaciones de poder. En su conferencia del 2 de diciembre de 1970, publicada bajo el nombre de El orden del discurso, Foucault afirma que "en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad" (Foucault, 1973: 11). A partir de esa premisa, el filósofo-sociólogo-historiador francés analiza lo que denomina los tres procedimientos de exclusión del discurso (Foucault, 1973: 11-15 y ss.):


1. La oposición verdadero-falso. La disciplina de la ciencia permite decir que lo que lo que dice el poder es verdad y lo que dicen otros discursos es completamente falso. En palabras de Foucault, permite "la asignación a cada cual de su 'verdadero' nombre, de su 'verdadero' lugar, de su 'verdadero' cuerpo y de la 'verdadera' enfermedad" (Foucault, 2003: 120). 

Por ejemplo, se señala que debido a que los técnicos poseen el conocimiento superior (otorgado por la institución universidad y la ciencia objetiva de las matemáticas) son dueños de la verdad. Por tanto, los que no tienen ese saber-poder son acusados de expresar falsedades. Así, se excluye al otro porque no tiene el saber suficiente. En la misma línea, el saber verdadero del médico le permitió decir a éste durante los siglos XVI a XIX que la homosexualidad era una verdadera enfermedad que debía ser atacada y perseguida por ser una conducta antinatural.

2. La oposición razón-locura. Desde el poder se señala -siempre se ha señalado- lo que debe ser considerado razonable o una locura. De este modo, mediante las instituciones (de derecho, medicina, economía) se determina que el que piensa diferente es un loco y debe ser excluido. Por ejemplo, desde la Edad Media la psiquiatría y el derecho han dictaminado quién debe ser considerado un loco y quién no, impidiéndoles que su discurso circule al igual que el de los otros, y debido a ello se les excluye de votar, testimoniar ante la justicia, firmar un contrato, etcétera (Foucault, 1973: 13). En la misma línea, durante siglos el poder-saber científico permitía la exclusión binaria del leproso o del homosexual del seno de la comunidad por considerárselo peligroso, loco o anormal, frente a lo que era considerado no loco, inofensivo y normal (Foucault, 2003: 120). En ambos casos, ha sido la misma lógica evolucionista, que tiene su principal fuente de origen en la teoría evolucionista de Charles Darwin, la que terminó por justificar (léase legitimar), bajo una presunta cobertura científica, el discurso y las prácticas racistas, la necesidad de las guerras de colonización y la exclusión de los fenómenos de la locura y la enfermedad mental (Foucault, 1992a: 266).




3. La oposición prohibido-permitido. Como afirma Foucault, existen procedimientos que determinan aquello que está prohibido, que determinan que "no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa" (Foucault, 1973: 12). En ámbitos como la sexualidad y la política, y cada vez en mayor medida en temas como la muerte (Foucault, 1992a: 256), hay cuestiones que no se pueden hablar: constituyen temas tabú. Por ejemplo, desde el saber biológico que garantiza la ciencia se prohibió durante siglos la masturbación por ser considerada anormal, o bien se condenó la homosexualidad, tal como era tan común en los primeros tiempos modernos,11 por ir en contra de la ley de la naturaleza que une por fuerza sólo a sexos opuestos. En ambos casos, es el saber científico, que por supuesto oculta su relación directa e intrínseca con el poder, el que permite estas prohibiciones y condenas y privilegia, a su vez, su propio discurso enunciativo (Foucault, 1973: 12; Lyotard, 1992).

Estos tres procedimientos de exclusión del discurso, que de ningún modo se excluyen entre sí, son, para Foucault, puramente arbitrarios y contingentes, en tanto dependen de una coacción discursiva e institucional que los impone por la fuerza. En palabras del teórico francés, se trata de:


Separaciones que son arbitrarias desde el comienzo o que cuando menos se organizan en torno a contingencias históricas, que no sólo son modificables, sino que están en perpetuo desplazamiento; que están sostenidas por un sistema de instituciones que las imponen y las acompañan en su vigencia y que finalmente no se ejercen sin coacción y sin una cierta violencia (Foucault, 1973: 15).

En ese contexto, concluye, se trata de analizar la voluntad de verdad que atraviesa ese tipo de discursos a lo largo de la historia, cómo estos discursos se apoyaron históricamente y se vieron reforzados, a su vez, por una "densa serie de prácticas como la pedagogía, como el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, como las sociedades de sabios de antaño, los laboratorios actuales" (Foucault, 1973: 15-18). Esto nos lleva, entonces, al segundo de los métodos propuestos por el autor: el análisis genealógico.



Ejemplos de análisis genealógico


El análisis genealógico, a diferencia del análisis crítico, se refiere a un tipo de estudio de carácter histórico, o más bien, diacrónico, que, sin pretender una búsqueda de "estructuras formales que tengan un valor universal", se centra en las características y especificidades que definen a los diversos mecanismos y técnicas de disciplinamiento social existentes (Foucault, 1973, 1996b: 104). El antecedente, por supuesto, es la Genealogía de la moral nietzscheana, donde se señalaba la necesidad de dar cuenta de la racionalidad como estructura de dominación y poder12 (Foucault, 1992b; Sauquillo, 1987: 185-189). Tomando partido por ese análisis centrado en las relaciones microscópicas de poder y dominación, en el libro Vigilar y castigar Foucault (2003) realiza, por ejemplo, un profundo análisis de tipo genealógico de las prisiones. Ahí se centra en los "procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción" (Foucault, 2003: 20 y ss.). En específico, hace hincapié en un profundo análisis de la pluralidad de "coacciones, interdicciones u obligaciones" ejercidas sobre el cuerpo (Foucault, 2003: 83).


Señala en ese trabajo que en los tiempos premodernos el poder disciplinario -definido como los "métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad" (Foucault, 2003: 83)- se ejercía mediante la violencia desde el Estado (por ejemplo, encarcelando y aislando a los ladrones). Por el contrario, en la época conocida como la Modernidad, de los siglos XVII a XX, el poder se extiende y ejerce de forma más sutil. Si antes se buscaba encerrar a los delincuentes y se trataba a los individuos como un cuerpo indiferenciado, en la actualidad se pretende trabajar a cada sujeto de forma individualizada y mediante un método de control sutil sobre su cuerpo activo y el detalle de sus movimientos:

En primer lugar, la escala del control: no estamos en el caso de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si fuera una unidad indisociable, sino de trabajarlo en sus partes, de ejercer sobre él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la mecánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesimal sobre el cuerpo activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o ya no los elementos significantes de la conducta o el lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción sobre las fuerzas más que sobre los signos; la única ceremonia que importa realmente es la del ejercicio (Foucault, 2003: 83).


En ese contexto de creciente individualización y control, se apela desde el poder al mecanismo del panóptico (Foucault, 2003: 118 y ss.). Se trata, a grandes rasgos, de un tipo de vigilancia externa que controla, inspecciona y analiza posibles sanciones a los individuos mediante diversas luces ubicadas en una torre central, que impide que aquellos puedan ver y saber quién, cuándo y cómo se les observa. En palabras de Foucault, este tipo de mecanismo de control funciona como una "vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible" (Foucault, 2003: 129).


Lo importante de esta metodología de disciplinamiento y control corporal, de estos procedimientos de normalización, en los términos de Foucault (1992b: 154), es que el sujeto se sabe vigilado y que siempre corre el riesgo de ser castigado. En esta situación, como destaca el teórico francés, "la disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos 'dóciles'" (Foucault, 2003: 83) para el control y la reproducción del sistema. En otras palabras, se trata de un mecanismo que mediante sus métodos de control, individualización y sanción normalizadora "fabrica efectos homogéneos de poder" (Foucault, 2003: 122), que resultan plenamente funcionales a la obediencia, y por lo tanto, a la dominación social.



En sus trabajos acerca de los hospitales -también podemos incluir aquí sus exhaustivos análisis sobre la sexualidad y las escuelas-, Foucault continúa con este análisis genealógico de los discursos y las prácticas institucionales. Afirma que los mecanismos de la máquina panóptica no se limitan a las prisiones, sino que el orden policial se extiende y prolonga desde el poder del Estado central represor del siglo xvi a instituciones psiquiátricas, hospitales, escuelas. En efecto, la policía ya no busca perseguir a los delincuentes para encerrarlos de por vida, sino que ahora "se persigue el adiestramiento minucioso y concreto de las fuerzas útiles" (Foucault, 2003: 130-131). En otras palabras, el control, individualización y disciplinamiento no tiene como fin principal la persecución policial de los maleantes que cuestionan el orden soberano, sino que se instituyen diversas técnicas con el objeto máximo de "garantizar la ordenación de las multiplicidades humanas" y, de este modo, "aumentar a la vez la docilidad y la utilidad de todos los elementos del sistema" (Foucault, 2003: 131-132).



En esta condición de creciente disciplinamiento social, Foucault se refiere a cómo los pacientes psiquiátricos son controlados y disciplinados mediante la selección, distribución y aplicación de remedios o drogas que los normalizan para hacerlos funcionales al sistema de dominación: se les fijan horarios determinados para despertar, comer y dormir, se les evalúa de manera constante, etcétera. Del mismo modo, los alumnos de las escuelas son normalizados mediante los exámenes, las reglas de convivencia y la instrucción cívica, mientras que los presos y los mendigos son controlados mediante diversas tácticas de antideserción, antivagabundeo y antiaglomeración (Foucault, 2003: 87 y 124). En todos los casos, se trata de generar un arte del cuerpo humano, una constante generación de nuevos y cada vez más perfeccionados mecanismos de individualización y selección personalizada, con el objeto de controlar el comportamiento de los individuos para hacerlos eficaces a la economía del sistema. En términos de Foucault, se trata de "una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos" (Foucault, 2003: 83).



En la misma línea genealógica, en su trabajo ¿Qué' es la Ilustración?, de 1983, Foucault analiza de nuevo la genealogía de ejercicio del poder, pero centrándose en los mecanismos de control desde el poder estatal. Entonces, señala cómo fueron cambiando estas formas de ejercicio del poder en el transcurso de la historia. En los primeros tiempos, con la filosofía de Platón, Aristóteles y san Agustín, el Estado buscaba el bien común y la justicia. La política era entendida como la búsqueda del bien común, esto es, el bien de la polis. A partir de la etapa histórica conocida como la Modernidad, en cambio, se pretende cada vez en mayor medida la normalización, es decir, lo que hoy día llamamos la gobernabilidad o gobernanza del sistema (Bidet, 2006), y que Foucault denomina el orden policial13 (Foucault, 1996a: 52). Si antes el objetivo del Estado consistía en buscar el bien de la comunidad, ahora la policía, entendida no como una institución sino como una "técnica de gobierno propia del Estado", busca individualizar a la sociedad, controlarla y evitar todo tipo de conflictos sociales en cada uno de los espacios sociales. En otras palabras, se busca disciplinar a la sociedad mediante diferentes estrategias de control y vigilancia social (como la dispersión de aglomeraciones, etcétera) que tienen como razón principal el mantenimiento del orden público y, por lo tanto, de la dominación del propio Estado (Foucault, 1996a: 46-66). Como señala Foucault en Vigilar y castigar, de lo que se trata ahora es de fabricar cuerpos sometidos de manera homogénea y, por lo tanto, cuerpos dóciles para el funcionamiento del sistema (Foucault, 2003). De este modo, como lo ha analizado en detalle Giorgio Agamben, el orden político o biopolítico de los individuos pasa a ocupar el lugar dominante en las características que definen a los Estados modernos.


El análisis genealógico de las diversas formas que adquiere la biopolítica es, precisamente, el que Foucault retoma en su excelente análisis del racismo (1992a). En ese trabajo señala que existe un vínculo estrecho entre la teoría biológica del siglo xix y el discurso del poder que se ha mantenido presente hasta la actualidad; éste consiste en una forma de biopoder caracterizada por la legitimación del dominio a partir de la teoría evolucionista planteada en un inicio por Darwin. De esta forma, si hasta el siglo xix el poder de soberanía tenía la función de hacer morir y dejar vivir, a partir de entonces se le complementa con una nueva modalidad, contraria, en tanto se busca hacer vivir y dejar morir (Foucault, 1992a: 247-249). Desde este tipo de discurso biologicista, que se ha hecho famoso a partir de la teoría spenceriana del darwinismo social, se ha señalado que se debe eliminar a las razas inferiores como único método de garantizar la vida de la propia identidad. En otras palabras, se afirma, como ha sido patente en el caso del discurso racista del nazismo, que se debe aniquilar a los judíos, ya que constituyen un peligro biológico que pone en cuestión a la propia especie (raza aria) (Foucault, 1992a: 263-265).


En ese contexto, que termina por legitimar el derecho a matar a las razas inferiores, se puede observar que ya no se trata tanto, como en el análisis de las prisiones de los siglos XVII y XVIII, de las formas y procedimientos que adquiere el Estado para vigilar, controlar y disciplinar a los cuerpos, sino que se impone ahora una nueva "tecnología no disciplinaria del poder", centrada en mayor medida en las formas de disciplinar las vidas de los hombres. Estas formas de masificación general de la especie humana en ámbitos como el nacimiento, la muerte, la producción y la enfermedad son, precisamente, las que Foucault denomina la biopolítica (Foucault, 1992a: 249-251).





Omar Colmenares Trujillo













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