TRATADO SOBRE LA TOLERANCIA
VOLTAIRE
TRAITÉ SUR LA
TOLÉRANCE,
À l'occasion
de la mort de Jean Calas
PRESENTACION
Omar Colmenares
Trujillo
Contexto Político
Epígrafe:
“….El
derecho de la intolerancia es, por lo tanto, absurdo y bárbaro: es el derecho
de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo matan para
comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos…”
François-Marie Arouet
conocido con su seudónimo Voltaire, es uno de los filósofos políticos que más
me apasiona leer, admiro mucho sus letras, su argucia literaria, y por supuesto
la forma de exponer sus ideas políticas en los contextos sociales en los que vivió,
gran representante de la ilustración, escritor, historiador, filósofo y abogado
francés.
Voltaire sostenía que la
labor del hombre es tomar su destino en sus manos y mejorar su condición
mediante la ciencia y la técnica, y embellecer su vida gracias a las artes,
pareciera que desconociera la existencia de Dios pero nunca fue así, siempre
considero la presencia de un creador del universo.
Pues bien, Voltaire también
reconocido en la historia de la teoría política por su afamada tolerancia
religiosa, Fue un eterno convencido de que en una sociedad podemos todos tener
un lugar con diversas creencias, rechazo enfáticamente la superstición y el
fanatismo.
En mi artículo anterior, ya me había adentrado a la
tolerancia religiosa del padre del liberalismo clásico y célebre por su rechazo
a la tiranía y el derecho legítimo de desmontarla, pero esta vez voy más allá y
me dedicare al tratado sobre la tolerancia del afamado francés.
Este ensayo fue escrito y publicado en 1763 como
consecuencia de la muerte del Hugonote jean Calas, acusado y ejecutado
injustamente el 10 de marzo de 1762 por el asesinato de su hoijo que se había
convertido al catolicismo.
Es pues esta obra una defensa a Jean Calas, como abogado
tuvo la oportunidad de estudiar el caso, y por lo tanto constituyo un escrito
obligado para comprender lo que es la tolerancia religiosa, pero primero es
importante conocer los antecedes que motivaron la escritura de este ensayo.
Antecedentes
Y fundamentos
Jean Calas (19 de marzo de
1698 - 10 de marzo de 1762) fue un modesto comerciante que residía en Toulouse
(Francia) y que es conocido por haber sido víctima de un juicio parcial debido
a su condición de protestante. En Francia se le considera un símbolo de la
persecución por intolerancia religiosa, junto con François Jean Lefebvre
(Caballero de La Barre) y Pierre-Paul Sirven.
Tanto Calas como su esposa
eran protestantes. Francia era un país mayoritariamente católico y el
catolicismo era la religión estatal. En su época, la dura represión del
protestantismo iniciada por el rey Luis XIV con la revocación del edicto de
Nantes había comenzado a ceder, pero los protestantes, como mucho, sólo eran
tolerados.
Louis, uno de los hijos de
Calas, se convirtió al catolicismo en 1756. Entre el 13 y 14 de octubre de
1761, el primogénito de Calas, Marc-Antoine, fue hallado muerto en la planta
baja de la residencia familiar.
Al interrogar a la familia,
al principio declararon que había sido asesinado por un ladrón. Más tarde
asegurarían que hallaron a Marc-Antoine ahorcado. Dado que la Iglesia
consideraba el suicidio como el más aborrecible crimen contra uno mismo, y el
cadáver del suicida era ultrajado, dispusieron las cosas para que la muerte de
su hijo pareciese un estrangulamiento a consecuencia de un robo.
Según los rumores, Jean
Calas habría asesinado a su hijo al enterarse de que, también él, pretendía
convertirse al catolicismo. Sin indagar realmente si esta había sido la
intención de Marc-Antoine, se le declaró mártir y se le sepultó de acuerdo con
el rito católico, y se acusó al padre de asesinato.
El 9 de marzo de 1762, el
Parlamento de Toulouse sentenció a Jean Calas a morir en la rueda. El 10 de
marzo se ejecutó la sentencia y murió clamando su inocencia. Tras la rueda, se
le estranguló y el cadáver fue quemado en la hoguera.
La misma sentencia condenó
al destierro a Pierre, otro de los hijos de Jean Calas, ordenó que se encerrara
en un convento a sus dos hermanas y confiscó los bienes de la familia.
Voltaire conoció el caso
mientras se encontraba en Ginebra (Suiza). Pierre Calas, que había sido
desterrado, estaba seguro de la inocencia del padre y logró convencer al
filósofo, que en un principio sospechaba que Calas había actuado por fanatismo
anticatólico.
Para lograr la revisión del
proceso, Voltaire publicó, en 1763, el Tratado sobre la tolerancia con motivo
de la muerte de Jean Calas (Traité sur la tolérance à l’occasion de la mort de
Jean Calas2). Finalmente el 9 de marzo de 1765 se reconoció la inocencia de
Jean Calas, cuya memoria y la de su familia fue rehabilitada.
Voltaire fue el primer
escritor francés que se implicó públicamente en un asunto judicial.
Todos podemos y debemos
vivir fraternalmente como hermanos sin ningún tipo de distinción religiosa, cada
uno tiene derecho a profesar su propia creencia espiritual sin afectar la
tranquilidad y la seguridad pública, ergo, no tenemos porqué asesinarnos y
matarnos sencillamente porque otros no comparten nuestras ideas.
“…El furor que inspiran el
espíritu dogmático y el abuso de la religión cristiana mal entendida ha
derramado tanta sangre, ha producido tantos desastres en Alemania, en
Inglaterra, e incluso en Holanda, como en Francia: sin embargo, hoy día, la
diferencia de religión no causa ningún disturbio en aquellos Estados; el judío,
el católico, el griego, el luterano, el calvinista, el anabaptista, el
sociniano, el menonita, el moravo, y tantos otros, viven fraternalmente en
aquellos países y contribuyen por igual al bienestar de la sociedad…”
La tolerancia religiosa es
una política que debe distinguir todos los estados, para poder asegurar la
armonía en la sociedad, nadie debe ser molestado en sus propias creencias, cada
uno en lo suyo, asi lo establece con sus propias palabras Voltaire:
“….En fin, esta tolerancia
no ha provocado jamás una guerra civil; la intolerancia ha cubierto la tierra
de matanzas. ¡Júzguese ahora, entre esas dos rivales, entre la madre que quiere
que se degüelle a su hijo y la que lo entrega con tal de que viva!
Pero quizá la frase que
resume todo su tratado y que hoy en día en nuestra sociedad tiene plena
aplicación es la que lo utilice como
epígrafe en el presente artículo:
“…El
derecho de la intolerancia es, por lo tanto, absurdo y bárbaro: es el derecho
de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo matan para
comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos….”
Esta frase incluye en mi
concepto la violencia política que vive nuestro país, la guerra mediática,
donde la brecha de la polarización es cada vez más amplia, y empezamos agredirnos unos a otros por nuestra forma de
pensar; años de conflicto ha vivido
nuestro país, y aunque cesan las armas quedan los ataques verbales y de
lenguaje en los medios de comunicación y redes sociales; el célebre filósofo
francés se entendía solo respecto de la tolerancia religiosa, yo me escabucho a
pensar que también es posible dejar de exterminarnos por unos párrafos.
Desde ningún punto de vista
podemos justificar la guerra religiosa, pretendiendo ponerle nombre de santa o
sagrada, a nadie se puede obligar mediante el uso de las armas a tener o
profesar una creencia.
“…Un hombre honrado, que no
es enemigo ni de la razón ni de la literatura, ni de la probidad, ni de la
patria, al justificar hace poco la matanza de la noche de San Bartolomé(26),
cita la guerra de los focenses, llamada guerra sagrada, como si esta guerra
hubiese sido encendida en favor del culto, del dogma, de los argumentos de la
teología; se trataba de saber a quién debía pertenecer un campo: es el motivo
de todas las guerras. Unos haces de trigo no son un símbolo de creencia; jamás
ciudad griega alguna luchó por opiniones. Por otra parte, ¿qué pretende ese
hombre modesto y dulce? ¿Quiere que hagamos una guerra sagrada?..”
Nuestro escritor en estudio
nos indica en el siguiente párrafo que muchos de las guerras religiosas han
sido provocados por los fanatismos y los deseos de querer imponer una creencia
a la fuerza y rechazar desde luego un régimen establecido:
“….No es creíble que haya
existido jamás una inquisición contra los cristianos bajo los emperadores, es
decir, que se haya ido a buscarles a sus casas para interrogarles sobre sus
creencias. Jamás se molestó sobre este punto ni a un judío, ni a un sirio, ni a
un egipcio, ni a los bardos, ni a los druidas, ni a los filósofos. Los mártires
fueron, por lo tanto, aquellos que se alzaron contra los falsos dioses. No
creer en ellos era cosa muy buena y piadosa; pero, en fin, si no contentos con
adorar a un Dios en espíritu y en verdad, se sublevaron violentamente contra el
culto establecido, por muy absurdo que pudiese ser, es forzoso confesar que
ellos mismos eran intolerantes….”
Realmente y así lo asegura,
los cristianos jamás fueron perseguidos por su fe, sino quizá, por ser
agitadores del pueblo, ´por pretender imponer sus ideas sobre la vida, la
muerte, la salvación y Dios.
“…Obsérvese también que en
los relatos de los mártires, compuestos únicamente por los mismos cristianos,
vemos casi siempre una multitud de cristianos que acuden con toda libertad a la
cárcel del condenado, le acompañan al suplicio, recogen su sangre, entierran su
cuerpo, y hacen milagros con las reliquias. Si sólo se hubiese perseguido a la
religión, ¿no se habría inmolado a aquellos cristianos que asistían a sus
hermanos condenados y a los que se acusaba de hacer encantamientos con los
restos de los cadáveres martirizados? ¿No se les habría tratado como nosotros
hemos tratado a los valdenses, a los albigenses, a los husitas, a las diversas
sectas de los protestantes? Los hemos degollado, quemado en masa, sin
distinción de edad ni sexo. ¿Existe, en las relaciones comprobadas de las
antiguas persecuciones, un solo rasgo que se aproxime a la noche de San
Bartolomé y a las matanzas de Irlanda? ¿Existe uno sólo que se parezca a la
fiesta anual que se celebra todavía en Toulouse, fiesta cruel, fiesta que para
siempre debería ser suprimida, en la que todo un pueblo da gracias a Dios en
procesión y se congratula de haber degollado, hace doscientos años, a cuatro
mil de sus conciudadanos?..”
Comparto totalmente la
afirmación que viene a continuación, pues desde el fanatismo religioso es que
se han producido las más horrendas masacres religiosas como la conocida de San
Bartolome.
“…Lo digo con horror, pero
con sinceridad; ¡somos nosotros, cristianos, los que hemos sido perseguidores,
verdugos, asesinos! ¿Y de quién? De nuestros hermanos. Somos nosotros los que
hemos destruido cien ciudades, con el crucifijo o la Biblia en la mano y que no
hemos cesado de derramar sangre y encender hogueras, desde el reinado de
Constantino hasta los furores de los caníbales que habitaban los Cevennes:
furores que, gracias al Cielo, ya no existen hoy…”
A los fanáticos que creen
tener la única verdad revelada, que consideran como verdadera iglesia las propias,
no se les puede permitir que mediante el uso de la violencia pretenda convertir
a otros a su fe, en ninguna parte de la historia se ve a Jesucristo ejerciendo
tal fanatismo y constreñimiento a algún gentil para que le siga, es más el
siempre hablo a través del amor de una libertad.
“…Me respondéis que la
diferencia es grande, que todas las religiones son obra de los hombres y que
sólo la Iglesia católica, apostólica y romana es obra de Dios. Pero, hablando
con sinceridad, porque nuestra religión es divina ¿debe reinar por medio del
odio, de la furia, de los destierros, del despojo de bienes, de las cárceles,
de las torturas, de los asesinatos y de las acciones de gracias dadas a Dios
por tales asesinatos? Cuanto más divina
es la religión cristiana, menos le corresponde al hombre imponerla; si Dios la
ha hecho, Dios la sostendrá sin vosotros. Sabéis que la intolerancia sólo
produce hipócritas o rebeldes: ¡qué funesta alternativa! Finalmente, ¿querríais
sostener por medio de verdugos la religión de un Dios al que unos verdugos
hicieron perecer y que sólo predicó dulzura y paciencia?..”
Los asesinatos no solo provenían de los católicos
en Francia sino también por su parte de los protestantes hugonotes Calvinistas,
cuestionando y criticando toda forma de creencia Romana, cuando desde el
imperio jamás se les persiguió.
“….El sucesor de san Pedro y
su consistorio no pueden equivocarse; aprobaron, celebraron, consagraron la
acción de San Bartolomé; por lo tanto, aquella acción era santa; por lo tanto,
de dos asesinos iguales en piedad, aquel que hubiese despanzurrado a
veinticuatro mujeres preñadas hugonotas debe ser elevado en gloria el doble que
aquel que sólo hubiese despanzurrado a doce. Por la misma razón, los fanáticos
de los Cevennes debían creer que serían elevados en gloria en proporción con el
número de sacerdotes, religiosos y mujeres católicas que hubiesen degollado.
Extraños títulos son éstos para merecer la gloria eterna….”
Finalmente el autor nos
revela cuales son los únicos casos en que es posible la intolerancia religiosa
como derecho humano, luego sostiene:
“Para
que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres, es necesario que tales errores no sean crímenes:
sólo son crímenes cuando perturban la sociedad: perturban la sociedad si inspiran
fanatismo; es preciso, por lo tanto, que los hombres empiecen por no ser
fanáticos para merecer la tolerancia.”